MARÍA SORIA

El panorama comercial de Barcelona está cambiado. Cientos de tiendas, algunas con casi un siglo de antigüedad, han tenido que cerrar sus puertas ante el fin del alquiler de renta antigua. Con la aplicación de la Ley de Arrendamientos Urbanos (LAU)  de 1995, los comerciantes han tenido que negociar sus acuerdos de alquiler antes del fin de 2014. Desde entonces, las calles se han transformando de forma inminente: muchos han colgado sus carteles de “Se traslada” ante la imposibilidad de pagar la nueva renta. Otros se han visto obligados a cerrar, con la consecuente pérdida de patrimonio histórico que entraña para una ciudad turística como Barcelona.

Con el encarecimiento desorbitado de los alquileres, cientos de comerciantes arrendados se han tenido que buscar la vida, ya que el alquiler supone el principal coste del gasto fijo, junto con la nómina. Las protestas de estos negociantes vienen dadas sobre todo por su sensación de que las autoridades no les han ofrecido ninguna solución para velar por la pluralidad de la oferta, y esto, según ellos, podría repercutir en la pérdida del comercio de calidad. Además, la crisis del consumo, y por tanto de beneficios, no es el mejor escenario para que los comerciantes hagan frente a la revalorización de su alquiler. Aunque hayan tenido años para prepararse, nadie podía prever una crisis tan fulminante, por lo que a muchos la espera se les ha hecho corta e inaplazable.

 La Filatelia Monge, una joya modernista, se ha trasladado a 200 metros en la misma calle debido al aumento del alquiler  por la aplicación de la Ley de Arrendamientos Urbanos de 1995.

La Filatelia Monge, una joya modernista, se ha trasladado a 200 metros en la misma calle debido al aumento del alquiler por la aplicación de la Ley de Arrendamientos Urbanos de 1995.

Ante esta situación, Santiago Pagés, miembro del Consell Assesor de Comerç de la Generalitat, cree que el establecimiento de grandes cadenas en estos locales emblemáticos permitirá homogeneizar la oferta comercial y atraer a los turistas. Para Pagés, el boom turístico de Barcelona desde 1992 ha hecho que el precio por metro cuadrado se dispare de forma irracional, y cree que los únicos capaces de asumir tal inversión sin tener pérdidas serían las grandes marcas internacionales. El pequeño comerciante, según él, debería ubicarse en lugares menos estratégicos pero que le permitan desarrollar su actividad de forma eficiente sin reducir sus beneficios.

No podemos saber con seguridad si el cierre o traslado de estos establecimientos afectará de manera directa a las formas de consumo que se han dado hasta ahora, pero sí podemos apuntar a un cambio significativo en el escenario comercial en los próximos meses. Parece que una vez más, las grandes multinacionales ganarán terreno a las tiendas de siempre. Además, la consolidación de Barcelona como destino de turismo y de shopping, marcará la tendencia hacia el comercio de lujo en la ciudad. Y es que, aunque cueste admitirlo, el turista acaba desembolsando un mayor porcentaje de su presupuesto en Fnac, Apple o Geox, que en la tienda de toda la vida, aunque estas contribuyan a crear el “encanto” y la autenticidad que atrae al turista empedernido a la capital catalana.

El cierre de los comercios históricos puede suponer una pérdida enorme de diversidad y de equilibrio en el paisaje urbano que afectará a largo plazo a la actividad comercial de la ciudad. Ésta puede terminar convirtiéndose en un zoo para turistas, en lugar de conservar su patrimonio y servir a los ciudadanos que sí residen en ella. La invasión de comercios idénticos hará que cada vez sea más difícil comprar panellets recién hechos en Barcelona y más fácil que un turista chino se lleve un souvenir de una sevillana Made in China de vuelta a su país.