La mejor (a)normalidad posible

La mejor (a)normalidad posible

La mejor (a)normalidad posible

Músico tocando en una casa okupa

¿Quién establece los confines de una existencia ‘normal’? ¿Cuánto de subjetivo tiene el concepto personal de lo que uno entiende por norma? Y, sobre todo ¿qué es la ‘normalidad’?

Por Adriano Luciani

Distintas y vivaces son las voces de Barcelona. Desde los rumores aturdidos de la multiculturalidad propia de las Ramblas hasta la tonalidad alternativa e intermitente del Raval, pasando por las exclamaciones de entusiasmo de los turistas que visitan las huellas de Antoni Gaudí. La ciudad habla. Murmura. A veces suspira y balbucea. Otras se indigna y grita, pero nunca enmudece.

Vista desde una mirada minuciosa, sin embargo, Barcelona no sólo es la expresión de aquellas voces que cada día se escuchan y se reconocen. Más allá de su clamor visible, la ciudad ampara los susurros de realidades colaterales que quedan detrás de la supuesta ‘normalidad’,  de la que se enorgullece la sociedad. Se trata de existencias que buscan de forma constante un espacio que las integre. Una zona más protegida. Y esos gritos de reconocimiento se hacen más potentes a cada instante.

Una prostituta que reivindica su trabajo sexual. Un músico que se gana la vida en la calle ofreciendo su talento de guitarrista desde una casa okupa. Una Drag Queen que durante el día sigue su recorrido masculino ordinario pero, cuando llega la noche, cambia de ruta para convertirse en la estrella de la noche barcelonesa. Estos son solo tres de los casos paradigmáticos de un modus vivendi distinto a lo que generalmente se entiende como vida convencional.

“La normalidad no existe. Es una construcción social, una invención arbitraria”

“Cada individuo se construye un papel y una imagen de sí mismo que han de ser funcionales y estar relacionados con los valores sociales dominantes”, asegura el sociólogo e investigador Damiano Maggio. Día tras día a los individuos se les incita a ser ‘normales’, puesto que la ‘normalidad’, según el modelo formulado por el contexto social, es la regla según la cual nos uniformamos. “Este término, más que nada, indica una noción afín al ambiente en que una persona vive y a las pautas definidas que esta sociedad arbitrariamente se ha dado”, agrega el experto. Evidencia así que se trata de patrones que cambian con referencia al país y al periodo histórico, algo que hace inalcanzable una definición universal y atemporal de ‘normalidad’.

A nivel concreto, se utiliza la palabra ‘normal’ para determinar la norma que describe pensamientos y hábitos definidos por la aprobación social. De este modo, ‘lo anormal’ o lo  ‘no-normal’ es todo lo que representa una desviación respecto a lo socialmente aceptado. La falta de comprensión hacia la supuesta desviación genera inquietud y sospecha. No obstante, ni la regla ni el prejuicio garantizan un concepto completo de ‘normalidad’ que, a fin de cuentas, es una invención casual de los seres humanos, algo que no existe en la realidad.

“Soy mujer para hacer mi espectáculo, el resto del tiempo soy hombre”, dice Gilda, Drag queen.

Según un mecanismo antropocéntrico que hace que los individuos se sientan protagonistas de su sociedad y portadores originarios de la verdad absoluta, surge la tendencia a considerar la perspectiva personal como la visión correcta y apropiada. ‘Nosotros’ somos los justos, los ‘normales’. Los que adoptan conductas disímiles son extravagantes y raros, una maquillada manera de decir ‘anormales’. Cada uno se acostumbra a pensar que la propia forma de vida es la más conveniente, hasta el punto de que, a menudo, nos olvidamos de que no solamente hay un ‘nosotros’.

De hecho, hay muchas maneras de estar en el mundo: no existe ningún legendario ‘libro de la naturaleza’ capaz de establecer el estándar y los límites de la supuesta ‘normalidad’. Cada quien elige la mejor normalidad posible para sí mismo.

La definición universal de ‘normalidad’ es absolutamente subjetiva. “Es importante reconocer que ninguna convención, aunque útil o inevitable, puede clasificar una existencia individual”, asegura el antropólogo Marco Mazzetti, quien además sostiene que “en la época 2.0, a cualquier nivel de la vida cotidiana, la pregunta sobre la ‘normalidad’ irrumpe mostrando las heridas de la vulnerabilidad humana”.  Ester Jordana, catedrática de Filosofía Contemporánea de la Universitat de Barcelona (UB) apunta: “De pronto, se coloca a alguien del otro lado de lo aceptado, al otro lado de lo válido, al otro lado de lo admitido”.

Los acelerados ritmos actuales conducen el problema hacia una dimensión esencialmente orwelliana, donde el control minucioso que vigila hasta la parte más íntima de las existencias hunde la vida de cada individuo en contextos que juzgan la totalidad de sus pensamientos y conductas.  “La pregunta de si somos normales o no lo somos es históricamente reciente. Y el hecho de que nos lo preguntemos es el efecto de haber estado en numerosas situaciones en las cuales, estando juntos, siendo un colectivo, había una mirada sobre nosotros, entrenada para detectar la diferencia establecida dentro de un marco normativo”, afirma Jordana.

La catedrática de la UB subraya que al poner énfasis en uniformar los comportamientos de todos los individuos se corre el riesgo de aniquilar las diversidades. La manera de actuar, reaccionar, sufrir e interpretar de un individuo es irremediablemente subjetiva y, aunque sea de forma imperceptible, la hace única e inigualable.

Si no se puede conseguir un concepto universal que permita evaluar nuestro grado de ‘normalidad’, todas las diferencias científicas sobre lo que va en contra de una presunta norma privilegiada se derrumban, porque la misma regla se convierte en algo que el individuo establece y define.

Foto ilustrativa de la prostitución en la emblemática Calle Robadores, Raval

Si la ‘normalidad’ es un concepto arbitrario, para juzgar la ‘anormalidad’ de alguien habría que salir fuera de la perenne subjetividad y usar una perspectiva neutral e imparcial, algo que se configuraría como anti-humano, y, en consecuencia, imposible. “Ya no tiene sentido hablar de ‘normalidad’ si no comprendemos la importancia de la subjetividad que domina nuestros tiempos. Puesto que vivimos en un mundo en que el confín entre bien y mal se transforma cada día, ¿cómo podríamos llegar a definir un concepto de ‘normalidad’ globalmente aceptado?”, pregunta retóricamente el sociólogo Damiano Maggio. Los límites entre ‘normal’ y ‘anormal’ se estrechan y no siempre es fácil que la sociedad lo comprenda.

En un tiempo donde triunfa la crisis de los valores comunes y donde cada uno crea su propia definición del bien y del mal, Barcelona cultiva diversidad. Siguiendo la estela de la capital catalana, se puede considerar la tan deseada ‘normalidad’ como una de las innumerables subjetividades que aprueba un colectivo. Tan válida como las que son rechazadas, ya que entre todas se construye lo que somos: un inmenso mundo. Barcelona enseña. Prevalece lo plural sobre el ideal de que un individuo es el depositario de una verdad inmutable. Todo el resto es delirio de protagonismo. Todo el resto es una ilusión.