Dicho y hecho

Dicho y hecho

Dos chicos planeando un proyecto en lo que será la ampliación del espacio dedicado al coworking en Betahaus.

Dos chicos planeando un proyecto en lo que será la ampliación del espacio dedicado al coworking en Betahaus.

La llegada de los Fab Labs a Barcelona ha despertado el interés de los jóvenes emprendedores de la sociedad. Ante la crisis galopante y el alto nivel de desempleo, este colectivo ha visto en la nueva tecnología de impresión digital una oportunidad para sobreponerse a la situación actual. Betahaus, un modelo local de los Fab Labs, personifica esta actitud.

Por Claudia Sastre

Un Fab Lab es un espacio en el que se ofrece la posibilidad de producir diversos y numerosos objetos a cualquier persona que lo desee, poniendo a su disposición las máquinas y artilugios necesarios. Jordi Subiras, arquitecto barcelonés de 35 años y uno de los promotores de Betahaus en Barcelona, lo tiene muy claro: “Puedes ir a un sitio y comprar algo, o puedes ir a un sitio y hacerlo tú mismo”.

Entre palés de madera, cables esparcidos por el suelo y enormes brocas, Subiras revisa las reformas de Betahaus Barcelona. Este espacio social cuenta ya con 175 afiliados, que todos los días acuden a la sala de coworking, situada en la segunda planta de un viejo edificio de Gràcia, para trabajar en sus proyectos por tan solo 79 euros al mes. El coworking, según cuenta Subiras, es un espacio diáfano en el que profesionales autónomos disponen de una mesa para trabajar, sin necesidad de tener su propia oficina o estudio. Además pueden compartir sus ideas con los otros coworkers y colaborar en proyectos conjuntos. La mayoría se dedica al diseño gráfico, la publicidad, la construcción de páginas web o el marketing, entre otras cosas. El de Barcelona no es el único, ya hay dos en Alemania y otro en Bulgaria.

El Betahaus de Barcelona está situado en el número 7 de la calle Vilafranca, en Gràcia. Antes era un edificio ‘ocupado’ y ahora Subiras, junto con otros socios, lo ha convertido en un “caldo de cultivo para makers”. El proyecto es totalmente independiente, llevado a cabo con fondos privados aunque según cuenta el arquitecto, han solicitado una subvención del Institut d’Arquitectura Avançada de Catalunya y están a la espera de una respuesta porque “hacer una cosa de estas cuesta casi un millón de euros y aún nos queda mucho”.

El taller/fab lab de Betahaus en funcionamiento.

El taller/fab lab de Betahaus en funcionamiento.

En la tercera planta se encuentra el taller, en el que dos jóvenes, refugiados bajo unas grandes gafas transparentes de seguridad, cortan bloques de madera con una sierra mecánica. Uno de ellos se detiene y dice sonriendo: “Lo llaman la Tercera Revolución Industrial”.

Aunque la fabricación es muy pequeña, se puede llegar a producir en serie, pues a partir de 100 ejemplares iguales de un mismo objeto, se considera fabricación en serie. Esto posibilita que el diseñador y a la vez maker o productor venda lo que ha creado (muebles, bisutería, diseño industrial, moda, escultura etc.) bajo su sello personal.

En el Fab Lab no solo se produce, sino que también se enseña. Los cursillos sobre cómo utilizar las máquinas del taller (cortadoras láser, fresadoras digitales o impresoras 3D), o cómo fabricar determinadas cosas o dominar técnicas plásticas específicas están a la orden del día. Subiras habla de “democratización de la fabricación” porque se ponen al alcance de todo el mundo máquinas muy caras y un espacio donde trabajar.

Michelle Felip come sentada en la barra del bar de madera del Mutuo Centro de Arte, un espacio que surgió hace tres años como un medio para que nuevos artistas pudieran exponer sus obras y, a la vez, de forma voluntaria, ofrecer workshops para enseñar técnicas plásticas y audiovisuales. Michelle observa como otras dos chicas organizan el taller de marbled paint al otro lado de la sala, que tendrá lugar esa misma tarde. Marbled paint es una técnica pictórica originaria de Japón en la que se mezcla tinta y aceite, cuyo resultado es un dibujo compuesto por extrañas formas oblicuas e irregulares y puede aplicarse también a tejidos (camisetas, manteles o pañuelos). Felip aclara que “de cada taller que hace Mutuo, los alumnos se llevan siempre las piezas que hacen y algunos materiales para poder continuar en casa”. Se ofertan talleres gratuitos en los que Mutuo pone los materiales y otros de pago bastante accesibles.

Una chica prepara el taller de marbled paint sobre tejidos antes de que lleguen los alumnos.

Una chica prepara el taller de marbled paint sobre tejidos antes de que lleguen los alumnos.

Felip tiene 31 años, nació en Escocia, se crió en Normandía y lleva diez años viviendo en Barcelona, donde estudió Diseño de interiores en la escuela EINA. Es una de las fundadoras de la Asociación Cultural Mutuo Centro de Arte. El Mutuo es totalmente diáfano y amplio, resulta curioso que aun siendo un lugar pensado para exposiciones, apenas hay obras de arte. Dos paredes, una de madera y otra de hormigón, están pintadas con dibujos diferentes y tan solo unos pequeños cuadros colgados en la entrada hacen recordar la esencia del centro.

En Mutuo Centro de Arte, la individualización de la producción y la fabricación personal son dos conceptos que van de la mano: “Se intenta que los artistas puedan vivir de su arte y ser autodidactas, es decir, que hagan el lanzamiento de su trabajo”. La idea de tener un lugar donde los artistas pudieran exponer sus obras o impartir talleres y conferencias surgió hace dos años en un local del Carrer de Julià Portet, en pleno barrio gótico. En un primer momento, la asociación organizaba eventos en diferentes sitios, al no disponer de un espacio propio.

Hasta los baños en Mutuo centro de arte están expuestos a la creatividad.

Hasta los baños en Mutuo centro de arte están expuestos a la creatividad.

Felip subraya que “Mutuo es autogestionado e independiente. La única ayuda que recibimos fue una subvención del Instituto de Cultura para reformas y adecuarnos así a la normativa del plan de usos vigente. La organización y todo el contenido del espacio corre de nuestra cuenta.”

“La crisis ha venido de alguna manera bastante bien a los jóvenes porque se está perdiendo el miedo al riesgo y a hacer la cosas por tu propia vía”, es la reflexión final que plantea Felip. Sin duda, Barcelona está viviendo, de manos de los más emprendedores de sus ciudadanos, un reinterés tecnológico y una nueva disposición a buscar vías innovadoras para seguir adelante.